
Reconozco que la trepidante recta final de embarazo que está viviendo la nueva Ministra de Defensa, Carme Chacón, me produce bastante ambivalencia.
Escucho su deseo de normalizar la vida laboral de las mujeres embarazadas, su afán por desterrar la discriminación; pero detrás de las palabras y los gestos, sobre todo, veo a una mujer embarazada de ocho meses que en el transcurso de pocos días ha volado a Afganistán, Líbano y Balcanes. Y no puedo evitar preguntarme: ¿realmente una mujer embarazada de ocho meses está en igualdad de condiciones físicas, anímicas, emocionales, mentales... que el resto de sus compañeros, sean hombres o mujeres? Y voy más allá y pienso: ¿realmente debe estarlo? ¿se le debe pedir tamaño desafío en una época tan sensible, que no solo le afecta a ella?
Y supongo que hasta que no conquistemos la necesaria igualdad, no podremos empezar a reivindicar los matices, que las cosas se hagan con talante femenino, que se respeten nuestras esenciales diferencias, a las que también tenemos derecho, igual que a ser ministras, presidentas o fontaneras.
Hay un bello libro: "Mamá y bebé", de Deborah Jackson, que recoge los conocimientos y prácticas que sobre la maternidad hay en las distintas culturas del mundo. En él se habla de cómo en muchas sociedades tradicionales las madres son las "guardianas de la vida y la crianza de los hijos constituye un elevado papel, rodeado de misterio y maravillas; se celebra con fiestas, rituales y ofrendas, y se protege con tabús. Criar a la siguiente generación se considera la labor más importante de todas".
Creo que si nuestra sociedad valorara por encima de todo la vida, las madres tendrían su trono y las embarazadas serían veneradas como diosas.
*Ilustración: La Diosa Madre, interior del libro "Mamá y bebé", de Deborah Jackson. Ediciones Oniro.
*Foto: Portada del libro "Mamá y bebé".