Últimamente pienso a menudo en Gandhi. Vale, no ando todo el día con él a cuestas. Pero sí ha salido en varias de mis conversaciones. Hablábamos de actos revolucionarios, de cómo lo sencillo, elegido de forma consciente por cada uno de nosotros, podría llegar a tener la fuerza de cambiar el curso de la historia. Como sucedió cuando Gandhi se enfrentó al imperio británico. Sólo con una rueca, y convenciendo a sus vecinos de que no comprasen más trajes al imperio, de que se hicieran ellos mismos su ropa, y volvieran a utilizar su ropa tradicional. Y algo tan sencillo como dejar de consumir fue el inicio de todo lo que vino después...
¿Qué pasaría si dejásemos de comprar en los centros comerciales? ¿Qué ocurriría si no necesitáramos casi nada material? ¿Y si en vez de comprar productos especiales para nuestros hijos les alimentáramos con nuestra leche durante mucho tiempo, les adaptáramos nuestros utensilios, enseres y alimentos, les construyéramos sus propios juguetes y fuéramos sus ositos de peluche por la noche, su objeto de transición y de apego?
Entiendo la verdadera revolución como la transformación interior, elegida, buscada, trabajada. Para después unirse a los que andan buscando parecido y ampliar el cambio, compartirlo, mejorarlo.
domingo, 22 de junio de 2008
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